jueves, 3 de diciembre de 2009



Un ángel tenebroso se precipitó hacía la vieja casona envuelto en nubes tempestuosas; los árboles espectrales que custodiaban el lugar ofrendaron sus decrépitas ramas a la nefasta deidad; pero era sobre todo, el aullido lejano de un perro y las hojas muertas cayendo sobre la fuente seca, lo que tendió un manto de lobreguez en mi alma desgraciada. De pronto, las ventanas se abrieron de par en par, y un luctuoso cuervo entró revoloteando rápida y violentamente en la habitación dormida. Un viento frío de muerte apagó las llamas de las velas. Totalmente a oscuras, y con el corazón congelado, me acerqué al lecho de mi agonizante esposa; el cuerpo de la pobre LEONOR se estremecía como una hoja de otoño. Tal vez sintiera la presencia de la funesta MUERTE acercándose hacía ella con su sombra. En un instante, un silencio sepulcral envolvió todo el lugar. Hasta que finalmente el repique de unas campanas lejanas marcaron la medianoche. La joven moribunda clavó su mirada en el ave negra posada en la parte superior del reloj de ébano. Una sombra de horror cubrió su cara pálida como el marfil; luego, apretando fuertemente el rosario contra su pecho, y con la última gota de aliento, balbuceó unas palabras: "Dios ayude a mi pobre alma..." y murió.

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